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  • alessiabosi

Una muñeca en la playa

Actualizado: 17 abr 2020

Me llamo Nasha y tengo 23 años. Hace ocho años llegué a Italia con mi familia, después de un viaje largo y extenuante. Dejé mi querida Eritrea en búsqueda de una vida mejor y lejos de la guerra, que ya se había llevado a mi abuelo. Fue un viaje raro: nos pusimos en camino a pie, luego en autocar, unos kilómetros en coche, en autocar otra vez, hasta llegar a lo que tanto anhelábamos. El puerto de Trípoli era nuestra meta tan deseada y la patera que nos estaba esperando sería el inicio de nuestra nueva vida.

A la espera de subir a la patera conocí a una niña. Se llamaba Bake, tenía cinco años y venía de Costa de Marfil. Se puso en la cola con su madre y, de repente, rompió a llorar, quizás por el cansancio. Empecé a hacer muecas para tranquilizarla, pero no dejaba de llorar. No sabía qué más hacer, hasta que encontré una muñequita de madera en mis bolsillos; me la había regalado mi abuelo como amuleto la última vez que lo vi. Decidí enseñársela y me di cuenta de que sus ojos, que antes estaban llenos de lagrimitas, ahora sonreían, así que se la di y empezamos a jugar juntas.

Después de unas horas bajo el sol ardiente y un calor sofocante, por fin nos dejaron subir. En el puerto había tres pateras y, como éramos muchísimos, nos dividieron. Mi familia y yo subimos a la primera, mientras que Bake y su mamá subieron a la tercera, la más llena. Antes de subir, me despedí de Bake con un abrazo y le dejé la muñeca, con la promesa de que, una vez llegadas a Italia, habríamos jugados juntas otra vez.

Nuestro viaje hacia la libertad se concluyó sin problemas y llegamos a Italia llenos de felicidad y muchas ganas de empezar una nueva vida. Unos días después, llegó la segunda patera que había salido de Trípoli con nosotros y, según lo que nos dijeron, también la tercera estaba a punto de llegar. Pasaron los días, las semanas, los meses, pero nunca llegó


Cada día iba a la playa para ver si había algo en el horizonte. Nada. Dentro de mí sabía que algo malo había pasado, pero no quería aceptarlo e intentaba cancelar esos pensamientos de mi cabeza. Un día llegó la noticia que nadie quería oír: la tercera patera se había hundido durante un temporal, sin supervivientes. Mi corazón se rompió en pedazos, me eché a llorar y empecé a pensar en Bake, en su mamá y en sus sueños que nunca se iban a cumplir. Mil preguntas me vinieron a la cabeza, pero una se quedó clavada en mi mente: ¿por qué una niña tan inocente tuvo una suerte tan adversa?

Pasaron los meses y un día decidí volver a la playa, la misma playa en la que estuve esperando a mi amiga. Reflexioné sobre la fugacidad de la vida y, mientras mi cabeza emprendía viajes por todas partes, algo me llamó la atención. Me levanté y me dirigí hacia la orilla, hasta que no me di cuenta de lo que era. Allí en la arena, sucia y envuelta de algas marinas, había una muñeca de madera. Mi muñeca. No pude contener las lágrimas y la emoción. Esa muñeca que estaba en la playa fue testigo del inicio de una amistad, de un naufragio, de la tristeza, del dolor y, lamentablemente, era lo único que me unía aún a Bake. Ahora tenía algo material para recordarla y me prometí que no la perdería nunca. La iba a tener bien guardada en el bolsillo izquierdo de mi chaqueta, cerca del corazón, para siempre.


Alessia Bosi

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