Hace cuatro años perdí mi cable a tierra. El abandono de mi hogar natal me llevó a la pregunta que, como seres humanos, nos hacemos al menos una vez en la vida y que aún habiendo encontrado la respuesta, seguimos poniéndola en duda. ¿Sé cuál es mi verdadero sitio en el mundo?
Han sido largos años de búsqueda y me temo que todavía proseguiré durante unos cuantos más. Me fui de casa por decisión propia con el fin de estudiar la carrera que me apasionaba y lo cierto es que, después de muchos años queriendo dejar el nido, cuando llegó el momento ya no quería irme. Me asustaba la idea de que todo cambiara, que cuando volviera ya no sería igual; y así fue aunque no tenía por qué ser malo. Al final descubrí que quisiera o no en algún momento las cosas cambiarían porque ese es el dilema de tomar decisiones. Los cambios asustan y uno tan grande como encontrarse a uno mismo más todavía. Era un lugar nuevo, nuevas personas y a mí ciertamente nunca se me había dado bien romper el hielo; no puedo negar que me fue bien en mi nuevo destino, pero hallé una forma diferente de ver la vida y redescubrí lo mucho que echaba de menos mi hogar. No la definición literal, sino la abstracta, la que te lleva a rememorar los momentos junto al fuego acariciando a tu perro, las tardes en las terrazas con los amigos, el lugar en el que yo me sentía realmente yo. Me di cuenta de que esos momentos también podía encontrarlos en otros lugares, que no era el sitio en sí, sino las personas que hacían de ese sitio mi hogar.
No creo que llegue a encontrarlo nunca. Mi vida está repartida en pequeños lugares del mundo, esos en los que siempre esté al lado de mis seres queridos y, por ello, siempre estaré dividida.
Malena González Rodríguez
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