Hallar nuestro lugar en el mundo, definir aquello que nos hace levantarnos por la mañana es, probablemente, la búsqueda más trascendental que una persona puede realizar.
Tal vez mi vida no tenga ningún propósito, yo sola no podré influir en toda la humanidad, nadie se va a acordar de mí, de quién soy. No quiero ser famosa para muchos, me basta con haber dejado un buen recuerdo a las personas que quiero. Tal vez yo sola no pueda cambiar las cosas , pero no me importa. En momentos como los que estamos viviendo en estos días es cuando me doy cuenta de que por lo menos tengo que intentarlo. Y como debo intentarlo yo, también deberían intentarlo los demás. Solos no podemos hacer nada, no somos nadie, pero juntos podemos con todo. Que cada uno aporte su granito de arena y que lo haga de verdad.
Ahora que estoy obligada a quedarme en casa y que mi mente viaja sola, impulsada por el viento de la imaginación y los pensamientos, me doy cuenta de que no tengo un solo lugar en el mundo, el mundo entero es mi lugar. No es por parecer cosmopolita ni nada, es simplemente lo que siento. Siento que no es una ciudad o un país lo que me va a definir. Lo que me va a definir no es mi proveniencia ni la proveniencia de mis padres. Lo que me va a definir soy yo, con mis lados buenos y mis lados malos, con todas las experiencias de mi pasado, de los lugares que he visitado y de los que nunca me he ido con las manos, o el corazón, vacíos.
Tengo toda la vida por delante, pero sé que mi lugar en el mundo está justo aquí, con las personas a las que quiero. Esté donde esté, aunque sea en un sitio que no me gusta, lo importante es la compañía. Por eso puedo afirmar que mi lugar en el mundo es mi familia: el único sitio en el que me sentiré a gusto y en casa pase lo que pase.
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