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Lo desconocido


VRF

A nadie le gusta admitir que se siente solo. Que no tiene a nadie en el mundo y que quizá sea culpa suya.

Álvaro tenía 40 años recién cumplidos cuando se dio cuenta de que su vida era un auténtico desastre. Un matrimonio fracasado, un hijo al que casi no conocía y un trabajo que le agobiaba y ni siquiera que le daba el dinero suficiente para pagar el alquiler de su microscópico piso).

Día tras día se acumulaban los platos por lavar y, silencio tras silencio, el hombre creía encontrarse en un túnel sin salida y con una única dirección: la muerte. Y tampoco le asustaba esa idea, no tenía nada más que perder, ningún amigo que le preparara un discurso conmovedor en su funeral, ningún colega que lo recordara por sus méritos y ninguna mujer que llorara por él. A nadie le gusta morir solo, pero él ya no sufría por esto, vivía dejándose llevar por una monótona resignación que le ofuscaba la vista y los sentimientos.

Era un martes, el 3 de junio, cuando le comunicaron que, a causa de su retraso en el pago del alquiler del piso, tenía que irse. Era un día de sol, uno de esos que los sevillanos se pasan tumbados en el sofá, pero Álvaro, parado delante de su (ya no) casa en calle Rodrigo de Triana 33, empezó a temblar.

Parado en el medio de la calle decidió irse de verdad. No fue al trabajo y, con los ojos velados de lágrimas, condujo hasta el aeropuerto. Compró el primer pasaje que podía permitirse y veinticuatro horas después delante de sus ojos tenía el Coliseo. Nunca había estado en Roma y se quedó mudo frente a tanta belleza. Desde pequeño tenía una pasión por el arte, pero sus padres le habían repetido durante años que “el arte no te dará de comer” y por eso había estudiado Derecho, sin mucho éxito

Ahora, sin nadie conocido a su alrededor, volvió a sentir algo parecido a la curiosidad, incluso con una pizca de entusiasmo. Entró en la primera tienda que encontró, quería comprar entradas para visitar todo lo que hasta ese momento solo había sido una fotografía. De repente, vio una hoja pegada en el escaparate: «TRABAJA CON NOSOTROS. WORK WITH US. LAVORA CON NOI ».

Tardó solo dos segundos en decidirse y, sin más dilación, entró.

Ahora Álvaro tiene 45, recién cumplidos, y recuerda aquel día de verano en el que lo dejó todo. Y a veces se pregunta:

— ¿Todo? Pero ¿qué?

Porque la verdad es que no tenía nada. Dos meses después de su llegada conoció a Helena, una argentina que se había mudado a Italia y trabajaba de guía turística, como él. Ambos habían sentido la urgencia de abandonar una cotidianidad estéril, que ya no podía hacerles felices. Habían huido hacia lo desconocido. Y, la verdad, a veces lo desconocido resulta la mejor opción posible.


Eleonora Laderchi

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