Siempre he pensado que nunca iba a encontrar mi lugar en el mundo. Por alguna razón, mi cerebro estaba convencido de que no existía un lugar donde sentirme feliz, despreocupada, a gusto. En cambio, cuando empecé a viajar, algo en mi manera de ver las cosas cambió.
Todos saben que emprender viajes es sinónimo de conocer, aprender, experimentar algo nuevo, pero, para mí, significó también comprender cuál era mi verdadero lugar en el mundo: mi pueblo. Después de algunos viajes a varios países de Europa, por fin me di cuenta de que echaba de menos mi pueblo, mi casa, mi entorno; echaba de menos el paisaje que veía todos los días, las colinas y el mar que aparece justo detrás; echaba de menos los ruidos de la calle, los olores que salen de las casas, las risas estruendosas de los niños que juegan a fútbol; echaba de menos al viejecito de siempre que pasea a la misma hora de siempre y que se sienta en el mismo banco de siempre enfrente de mi casa.
Al parecer, todos estos son aspectos inútiles y sin valor, sobre todo para quien no vive aquí, pero, para mí, representan un hogar, un refugio, un apoyo. Gracias a todo esto puedo estar bien, puedo sentirme viva y puedo darme cuenta de que pertenezco a algo de verdad. No hay ningún lugar que se pueda comparar con este.
¿Se puede salir de tu lugar en el mundo? Sí. Sí que se puede salir, ya que siempre quedará grabado en tu memoria y en tu corazón (aunque, al fin y al cabo, de alguna manera volverás). Cuando sales, te arrastra un dolor que nunca habías probado antes. Y cuando vuelves, este dolor se transforma en alivio, en sosiego, en serenidad.
Estoy convencida de que he encontrado mi lugar en el mundo, aunque he salido muchas veces de él. Pero he vuelto, siempre. Y volver significa también sentir las mismas sensaciones al llegar a una zona familiar, darse cuenta de que nada ha cambiado y emocionarse simplemente por el hecho de estar allí. Sí, justo allí, en tu lugar en el mundo.
Alessia Bosi