Roberta Menchetti y Alison Marzi
Estoy segura de pocas cosas: una de estas es mi belleza. Quizás muchos de vosotros me tomen por egocéntrica, pero siempre he soñado con ser una musa inspiradora y que todo el mundo me admirara. Florecí primera y eso me convirtió en el ejemplo para mis hermanas, de las cuales me distinguía por mi hermosura. Antes de que luciera en todo mi esplendor, era un pequeño pimpollo y ya las gotas de rocío luchaban por acariciar mis pétalos, que pronto se abrirían en una corola aterciopelada, del más intenso rojo carmesí. Las ganadoras de esta batalla tenían el privilegio de rozar mi cabeza escarlata, intensificando mis colores con pinceladas de luz y dejando que se desprendiera un abanico de perfumes penetrantes.
Todo eso podría parecer maravilloso, pero, como todas las cosas bonitas, si no hay con quien compartirla, no sirve de nada: en mi tierra no había rastro de nadie, a excepción de los raros bichos que poblaban este espacio y cuya voz, de vez en cuando, resonaba con un eco lejano en los entresijos más escondidos. La desolación de este agujero olvidado por Dios se concretaba en la supremacía del acre olor a humedad sobre mi punzante esencia, debido a que el sol no se atrevía a envolverme con sus rayos cálidos. Aún así, inexplicablemente mi rosal era la única forma de vida que resplandecía en este lugar sombrío.
Si esta amarga condición parecía ser inaguantable, lo que me esperaba lo era aún más. Era un día como cualquier otro cuando de repente oí unos pasos acercarse despacio: percibí una sensación agridulce de curiosidad y miedo ante lo desconocido. Pronto la situación dio un giro inesperado, ya que en unos instantes la figura me agarró y el calor de sus manos ásperas se apoderó de mi cuerpo: me sentí violada. La silueta me agarró y me envolvió en el tejido frío de un paño, desarraigándome de mi tierra. La imposibilidad de ver lo que estaba pasando me proyectó en un estado de deslumbrante desorientación: solo podía apelar a los demás sentidos, que se habían agudizado para colmar esa ausencia.
Durante todo el trayecto, en el cual nos ajetreaban con violencia, solo escuchaba un perpetuo zumbido metálico que amplificó mi aturdimiento y a esto se añadía la asfixia provocada por la excesiva presión con la cual me apiñaron a mis hermanas. Este infierno parecía no terminar nunca, cuando de repente el ruido abrumador cesó con un recio portazo. Después de tantas horas volví a percibir esos tentáculos que me llevaban a no sé dónde. Había llegado al ápice de la desesperación, cuando por fin me quitaron de encima el paño y me percaté de que estaba en una habitación completamente vacía e invadida por una clara luz. Las horas pasaban sin que nadie apareciera, hasta que empecé a oír un ligero susurro que, a medida que el tiempo pasaba, ya no era un susurro, sino un murmullo, una vocería, un bullicio. Finalmente vi a una muchedumbre avanzando a codazos para encontrar un hueco justo delante de mí. Fue la primera vez en mi vida que vi a tanta gente y eso me llenó de orgullo, dando un empujón a mi ego después de tanto tiempo en la sombra. Nunca me había sentido tan satisfecha: por fin, mi sueño de ser admirada se volvió realidad. Pero ¿cómo era posible? Intenté entender a qué venía toda esa gente y, escuchando a escondidas la conversación entre los que habían logrado ponerse delante de mí, me di cuenta.
—¿Cómo han podido dejar en un almacén un cuadro tan maravilloso?
—Vete tú a saber. Mira, ¡qué rosa tan bonita! ¡Qué suerte hemos tenido! ¡Pillar entradas para el Louvre!
Comments