A veces la infancia nos manda postales del pasado para ayudarnos a entender el presente, o para recordarnos cómo éramos en realidad, antes del maquillaje y los disfraces que nos va poniendo la vida. Las personas cambian. Pueden seguir negándolo, pero se trasforman, aunque la mayoría no sea consciente, o prefiera no serlo.
Marta tenía 7 años cuando dejó de hablar. Sus padres no sabían por qué, no podían imaginar que la causa de su mudez eran las continuas discusiones y peleas que tenían a diario. Ellos habían cambiado. No eran más los padres dulces y cariñosos que había conocido hacía unos años, había olvidado lo que significaba recibir un abrazo, un beso de las buenas noches o, simplemente, un «Buenos días, cariño, ¿qué tal estás?». Se habían convertido en personas frías, insensibles, dejando huella en su corazón.
Marta no tenía hermanos ni mascotas, lo único que le quedaba era su habitación. Su cuarto era su lugar en el mundo. Ahí tenía todo lo que deseaba: un cuaderno de bocetos, sus libros favoritos, Palla y Bibu, sus peluches, así como sus mejores amigos de toda la vida, y una cajita de música que acompañaba sus sueños todas las noches. Pero, sobre todo, lo que más le gustaba hacer en su habitación era viajar. Si, así es. Marta hacía un viaje diferente todos los días. Era tan fácil viajar. Solo tenía que dibujar y pintar en su cuaderno el destino elegido: con una Tour Eiffel voló a Paris, con el Coliseum visitó toda Roma y con el reloj de la torre (Big Ben) aprendió un poco de inglés. Además de visitar nuevos lugares, Marta en cada viaje hacía nuevas amistades y con ellas tenía la posibilitad de disfrutar de las típicas cocinas extranjeras : en Francia conoció a Brigitte, una chica que le hizo descubrir el magnífico mundo de los macarons, típicas galletas francesas de diferentes gustos y colores; en Italia, Anna la llevó al restaurante más famoso de Roma para comer la “vera pizza italiana”; y, por último, con John, un chico inglés muy majo, no pudo contenerse y quiso probar el famoso chips & fish.
Marta pasó su infancia así, dando vueltas con la mente en su habitación. Su último viaje fue ayer. Un viaje raro, que le cambió la vida. Mientras buscaba en un cajón unos lápices de colores para dibujar, encontró un sobre que contenía muchas fotografías. Eran fotografías de una pareja joven, de una pareja feliz que se amaba y que quería disfrutar de la vida. En una foto apareció un bebé, tenía que ser una niña porque llevaba un vestido rosa. De repente, Marta se encontró en una fiesta, era el cumpleaños de esta niña. Miró la tarta: chocolate y pistacho, como su favorita. Luego se encontró en un parque, «Dale cariño, sé que eres capaz de andar en bicicleta» decía la madre a la niña, que mientras tanto había crecido y se parecía cada vez más a ella. Por último, Marta se encontró de nuevo en su habitación, viendo al padre de la niña que le contaba un cuento para que se quedara dormida. Una lagrima cayó sobre las fotografías y la hizo volver a la realidad.
«Marta, la cena está lista» dijo su madre entrando en la habitación, convencida de que también esta vez no le respondería.
«¿Por qué no podéis volver a ser estos padres de nuevo?» dijo Marta, enseñando una foto de los tres sonriendo en la playa. La madre se quedó asombrada. Su hija, por fin, después de 5 años, volvía a hablar. Solo entonces entendió su comportamiento. Las peleas con su marido habían perjudicado la capacidad de reconocer y regular sus emociones, dejándole solamente una sensación de tristeza, abandono y miedo.
Hoy Marta tiene 12 años y, por primera vez, está viajando a Paris. Esta vez de verdad y con dos personas que la quieren y que se quieren de nuevo.
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