Guillermo Beldad, Elena Santiago y Enea Casadio
—Madre, me voy…
—¿Te vas? ¿A dónde te vas, hijito mío? ¡Ay de mí! ¿Por qué te vas? ¡Ay! ¿Y qué sería de ti sin mí, aquí? ¿A mi vera? ¡Ay, señor! No quiero ni pensarlo…
—No es tan sencillo, mamá. Durante años, he sentido como mi mundo se veía reducido a estas cuatro paredes, mis viajes se reducían de ir a casa a la escuela, de la casa al pueblo, del pueblo a casa… Madre, mi compañera diaria es la apatía. La monotonía. El hastío. Necesito conocer nuevas personas, vivir nuevas experiencias, escapar del nido... Debes entender que, el polluelo, cuando crece, debe aprender a valerse por sí mismo y a conseguir su alimento. Debe aprender a volar. Yo quiero volar. Volar y sentir la suave caricia del viento en mi cara y mi corazón desbocado, galopante. Volar como los pájaros en busca de nuevos horizontes…
—¿Acaso estás loco? ¿Cómo puede un hijo estar sin su madre? ¿Qué te hace sentir eso? ¡Oh, hijo mío! Nunca has sido capaz de valerte por ti mismo aquí en tu tierra natal… ¿Cómo harás, oh querido mío, para sobrevivir allá afuera, en el más hostil de los mundos? ¡Ay de mí...!
—¡Oh! ¡No llores, madre de mi corazón! Ojalá te pudiese explicar con palabras esta angustia mía que siento que me empequeñece día tras día... No es tan sencillo, madre, y no espero que lo entiendas, pero necesito sentirme libre, desencadenado, omnipotente… necesito un propósito, uno que no voy a encontrar aquí…
Pero te prometo, aquí y ahora, que volveré, volveré para demostrarte que puedo ser aquello que siempre soñé, aquella persona que siempre quise ser. Mi otro yo está en alguna parte, ahí fuera, tengo que salir a buscarlo… Madre, quiero vivir para soñar, quiero sentir la dicha que tienen los afortunados viajeros. Quiero ir de la mano con los sueños que tengo en la maleta y verlos realizarse, y afirmar fervientemente, tras un tiempo, que con esa maleta encontré a mi “yo” perdido. Necesito perderme entre las calles bulliciosas de Nueva York, la densa niebla que envuelve Londres, los cerezos en flor de Kioto, las intrincadas callejuelas de los barrios de París... etc. ¡No llores más, madrecita mía! Alégrate, pues tu hijo dejará de ser pequeño y se convertirá en alguien de quien puedas sentirte más orgullosa aún.
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