Roberta Menchetti y Alison Marzi
—¿Por qué te vas?
—No sé.
—¿Por qué te quedas?
—Eso tampoco lo sé.
—¿Qué he hecho yo para merecer esto? De ti no me lo esperaba.
—No todo tiene una explicación. Lo intenté todo para evitarlo.
—Sin ti, estoy perdida. Este perpetuo vaivén me desgasta por dentro y lo peor es saber que no puedo hacer nada.
—Dentro de poco ya no te acordarás.
—Lo que daría para volver a aquellos intensos momentos: los besos a escondidas en una cálida noche de verano, los cuerpos entrelazados en un abrazo bajo el lino de las sábanas, la timidez de las miradas que se encuentran, las tiernas caricias de una mano que roza la otra. Ahora todo eso es efímero y, por mucho que lo persiga, siempre se me escapa. ¡Ojalá el presente sea como el pasado!
—Cuidado con lo que deseas: el excesivo arraigo al pasado no te permite vivir en el presente.
—Pero ¿cómo puedo vivir en el presente sin recordar? Sin la dimensión del recuerdo, no seríamos nada: el pasado representa nuestras raíces, lo que hemos sido, nos dice de dónde venimos, quiénes somos, qué camino tomamos y nos ayuda a no cometer los mismos errores. ¡Es paradojal que justo tú vengas a decirme esto!
—El pasado sin el presente es como una cerradura sin llave: ambas son necesarias para abrir las puertas del futuro.
—Sin embargo, si el presente está grietado, lo único que me espera es un futuro a pedazos. Ya no puedo hacer planes porque esta enfermedad me lo ha quitado todo: mi rutina cotidiana, el rostro de mis seres queridos, mi propia identidad. ¿Y tú? ¿Tú qué has hecho? Me has abandonado cuando más te necesitaba.
—Yo soy la más afectada por el avance inexorable de este morbo.
—¿Volverás alguna vez?
—Ya es demasiado tarde.
Comments