Un repiqueteo irrefrenable marca mis horas. Sigue martilleando impávido en mi oído, en mi cabeza, en mi corazón. Es este el sonido de esos lugares que, en un momento dado, se convierten en no lugares . Es un sonido breve y repetitivo, que no deja de atormentarme, que no deja de comunicar, musitando entre dientes, lo largo que se está haciendo este encierro. Es un sonido afilado, sordo y taimado que, casi inconscientemente, me acosa sin atisbo de piedad. Bastaría con quitarle las pilas al reloj para que este sonido erosionante pueda cesar, una vez por todas. Pero ya se ha adueñado de mi cerebro y mi pereza mental me obstaculiza a la hora de tomar decisiones. Puede que esté enloqueciendo. No lo sé. Igual es porque se ha acabado la temporada del propio viaje alrededor de mi habitación. He tardado dos semanas, solo dos, en escudriñar cada uno de los objetos que se esconden en los infinitos rincones de mi cuarto. La temporada de viajes en la profundidad de cada uno de mis recuerdos no era nada más que un pretexto para no pensar en el encierro. Dejaba que mis recuerdos, vivos y autónomos, se acercaran en fila, uno tras otro, se adentraran en mi cuerpo por los poros de la piel y llenaran mi cerebro de imágenes y momentos más o menos recientes. Me sacié de recuerdos, tragué todo lo que podía tragar para evitar que la soledad me arrastrara. Me di un atracón de recuerdos, hasta que no pude más. Al fin y al cabo, mi habitación está repleta de objetos, esto es cierto, pero, aún así, es una mera habitación. Esta es la razón por la que, cuando me quité la sed de recordar y dejé de escarbar en la memoria, mi cerebro empezó a fijarse en aquel curioso sonido que sigue acompañando mis días. Fue ese el momento en el que la memoria cedió el paso al olvido, los recuerdos ya no eran vivos y las imágenes se habían vuelto borrosas. Las cuatro paredes blancas de mi habitación ya no eran un refugio, ese cuarto repleto de objetos y de recuerdos ya se estaba vaciando de toda su riqueza. Ya no había límites temporales y espaciales. Poco a poco, se asomaba un halo de desengaño y mi querida habitación se transformaba en un no lugar. Un repiqueteo irrefrenable marca mis horas y sigue martilleando impávido
en mi oído,
en mi cabeza,
en mi corazón.
Ya no sé cuándo acabará este largo día, comenzó hace un mes.
Silvia Rita Iannone
Comments