Enzo es un chico de un pequeño pueblo de Sicilia. Su inquietud, su sensibilidad y su innato talento para las letras lo llevan hasta Roma, ciudad en la que estudia durante cuatro años. Terminados los estudios en Roma, obtiene una beca de doctorado y emprende un viaje a Nueva York. Después de diez años de ausencia y de intentos fallidos de escribir un libro, Enzo vuelve a Sicilia; sin embargo, se descubre enormemente triste. El único que parece entender su estado de ánimo es su amigo de la infancia, Arturo.
Escena final
Porto Empedocle, 1975
ENZO.— Artù, quiero marcharme de aquí. Ya no tengo nada que ver con este lugar. Con este y con ninguno. Ya no sé quién soy. Me miro en el espejo y no me reconozco.
ARTURO.— Viajar es a la vez una salvación y una condena.
ENZO.— ¿Qué quieres decir con eso?
ARTURO.— El viaje te deja una huella indeleble, una herida. Aunque un día vuelvas a tu lugar de origen, nunca será un verdadero regreso. Aunque vuelvas a tu tierra, ella no parecerá la misma, porque tú no serás el mismo. Te sentirás desarraigado, perdido, sentirás que ya no perteneces a ningún lugar, o quizás a todos a la vez.
ENZO.— ¿Es esta la condena, pues?
ARTURO.— La condena es sentir que en ningún lugar tu corazón encontrará reposo ni plenitud.
Huirás de un lugar a otro, como si estuvieras escapando de una prisión o corriendo en busca de alguien, como un nómada que vaga sin rumbo. A menudo te sentirás solo y aburrido, porque difícilmente encontrarás compañía de tu agrado. La nostalgia se convertirá en tu fiel compañera: cuando estés allá, querrás estar acá y en cuanto regreses, desearás marcharte otra vez.
ENZO.— Desde que tengo memoria, siempre he sentido nostalgia por un lugar desconocido, por mi lugar en el mundo. ¿Cómo se puede experimentar nostalgia por algo que no conoces? Por eso he viajado tanto… viajar me permitía huir de mis preguntas, me permitía aplazar la búsqueda de respuestas.
ARTURO.— La verdad, Enzo, es que por muy lejos que vayas, nunca te liberarás de esa inquietud, porque la llevas dentro. Viajar puede paliar el dolor, pero al regresar se hará aún más agudo. Por lo tanto, no te queda más remedio que transformar esa inquietud en arte. Escribe, escribe sobre esa inquietud. No hay arte sin inquietud, sin sufrimiento. Eres un artista, Enzo, siempre lo supe. Estás destinado a grandes cosas, solo tienes que atreverte a escuchar tu propia voz. Quizás tu lugar en el mundo lo tengas dentro de ti.
Chiara Albertazzi
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